Son días así,
vividos un poco entre nubes pero no volando.
O a lo mejor ni siquiera son nubes
sino un aire denso que no logro respirar.
La muchedumbre no me toca.
El rumor de la gente está lejos.
No escucho los gritos y un poco he cerrado mi anima a los susurros.
Vago así,
sorda e indiferente.
Tiene los pasos pesados, el cansancio.
Deja huellas en la cara.
Las ganas se esconden, aletargadas.
La mirada se apaga y un poco se vacía.
Los pequeños gestos requieren el esfuerzo de un gigante.
Volvió él, que nunca se va.
Condenado cansancio!
Vuelve, feroz, sofocante, con sus esbirros de siempre que a veces cambian de nombre y desarrollan un argumento bien diverso.
En estos días por ejemplo, son una tristeza leve y una melancolía lenta los que están al lado del cansancio.
Quizás haya también un poco de aburrimiento.
Ese aburrimiento viscoso y estrecho que te bloquea la voz y ralenta el latido del corazón y parece que lo para y lo destruye.
Tiene los pasos pesados, el cansancio.
Es sólo un cansancio profundo.
Un maldito y homicida cansancio invernal.
Seguramente pasa, como todo.
Como siempre...
Es verdad, el cansancio a veces deja cicatrices que no se borran nunca más.
Arrepentimientos y derroches y la incapacidad de perdonarse el tiempo perdido.
Pero seguramente pasa, como todo...
Seguramente pasa, como siempre...
Es sólo un maldito cansancio invernal.
La primavera no está tan lejos, después de todo.